jueves, 23 de marzo de 2006

Un elefante...

Francesca tiene 2 años y 5 meses. Después del almuerzo la dejé corretear por el patio, libre y sin límites. Cuando se cansó entró a la casa y le propuse que nos echemos en mi cama a leer un cuento. Aceptó, pero una vez acomodadas me pidió que me pusiera a cantar. Así hice, mientras le rascaba la espalda. Yo cantaba y ella me decía "la pala" (la espalda), "la quila" (la axila), "l'ompo" (el hombro). Especificaba dónde quería ser rascada y disfrutaba de la sesión como un gatito mimoso. ¡Pero no se dormía! La idea era que se durmiera, cuando no lo hace llega a las 8 de la noche agotada y no deja de hinchar las pelotas. Canté todo mi repertorio, desde los pollitos a la vaca lechera, pasando por arroz con leche, pin-pon, el gallo pinto, dame una mano, campanero, el cucú, naranjitay... En fin, recurrí a la artillería pesada: los elefantes. Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, como veía que resistía, fue a llamar a otro elefante. A partir del trigésimo elefante mi ritmo fue disminuyendo y mis ojos amenazaron con cerrarse. Menos mal que al trigésimo noveno apareció el primer bostezo de la pequeña diablita y cinco elefantes después se durmió.

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