miércoles, 16 de septiembre de 2009

L'enfer c'est les autres

Así decía Sartre, el infierno son los demás. Si yo vivo el infierno es precisamente para defenderme de los demás, la amenaza la veo por doquier. Sólo que poco a poco me convertí yo misma en la amenaza que tanto temía. O simplemente temía equivocarme y con tal de confirmar mis temores terminaba por ser la fautora de mis males.
Yo evitaba a los demás, y el mejor truco para lograrlo era parecerme a ellos, engañándolos así, engañándome, lastimosamente, así. Para alejarlos me acercaba, o fingía hacerlo, y así los alejaba, aunque no se dieran cuenta. Y lo que más me daba rabia era precisamente eso: que no se daban cuenta. Y es lo que me empujaba a seguir haciéndolo, a detestarlos, a querer parecerme más para ser yo otra cosa. Era tan parecida que era completamente diferente. Pero el engaño, la venganza y la traición son boomerangs y me dieron un golpe tremendo en la cabeza, así, paradójicamente, por mucho que tratara de parecerme a los demás para ser diferente, terminé por ser exactamente como ellos. Una rueda que giraba y giraba y giraba sin llevarme a ningún lugar me agotaba, me desgastaba, me desangraba.
El verdadero infierno son, efectivamente, los demás. El infierno mío por lo menos es mío, sobre todo cuando lo llamo con su nombre. Y lo conozco, sé dónde comienza, sé, por fin, cómo convivir con él, como amansar las llamas. "Lo haremos habitable", dijo una vez el que yo sé, el que sabe. Así será.

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