domingo, 20 de noviembre de 2005

Sergio Viaggio en casa (12 de octubre, si mal no recuerdo)

-Hola, estamos en Boloña, en una media hora llegaremos a tu casa, hay poco tráfico.

-No, te tomará al menos una hora. Nos vemos luego.

-Ya. Cuando llego a la salida Grisignano te llamo, chao.

A correr, se dijo. Sergio me había anunciado que pasaría el miércoles, pero no me lo había confirmado. Y como Francesca había estado con un poco de fiebre tampoco me había tomado tiempo para preparar nada. En fin, como un rayo preparo mentalmente el menú (verduras frescas de entrada y pasta de plato principal) y me pongo manos a la obra.

Le aviso a mi cítrico, que me dice que la otra vez no entendió de quién le hablaba y que le vuelva a explicar. Resumo: es un traductor famoso, argentino, de unos 60 años, que viene con su mujer y su hija. Pienso seguir contando detalles, pero a los pocos minutos el pobre se me acerca con cara de compungido y me pregunta si me enojo si él no participa a la cena y se va por su cuenta, dice que no tiene ganas de sonreír y conocer gente con la que no tiene nada que ver. Claro que no, digo yo, y pienso que estas crisis del muchacho a ratos me cansan. Mientras preparo la salsa para la pasta él se pone a ver en los periódicos qué dan en el cine, mientras pico el repollo y los tomates se siente frente a la computadora para ver más opciones.

A eso de las 19:30 llama Sergio y le explico cómo dar con la casa. Le digo a Giovanni que ya llegan, que escape, pero él sigue delante de la pantalla, mouse en mano, y dice que ni modo, que se queda. Sergio llega, baja del auto y deja a sus desafortunadas compañeras de viaje encerradas. Las libera pronto, por supuesto. Sergio es alto, una especie de árbol grande que te protege con su sombra. No tiene el aura de gurú que recordaba de una foto vista por ahí, en la que parecía Paulo Coelho iluminado por alguna inspiración mística. El no-gurú, como primera cosa, le dice a Francesca que le dará un regalo si ella le da un beso, pero dignamente mi retoño no cede ante el chantaje. La esposa, Nadia, es una mexicana pequeñita y dulce, encantadora, de mi edad. La niña, Valeria, tiene cinco años y es despierta y traviesa. En poco tiempo hace buenas migas con Francesca, gracias al apoyo seguramente influyente del regalo, un pony lila de larga cabellera rubia. Regalo muy oportuno, porque faltaban dos días para el cumpleaños de Francesca.

Mientras terminaba la preparación de la cena intercambiamos generalidades y detalles, todo bien mezclado entre pasado presente futuro, ahondamos en relatos sobre nuestras respectivas existencias, cómo se conocieron ellos, cómo nos conocimos nosotros, y un largo etcétera. Llegado el momento de comer Valeria consumió abnegadamente la zanahoria rallada, el repollo, los tomates, al igual que Francesca. Pasamos alegremente a la pasta. No dije que era pasta de farro, para no influenciar la degustación, sobre todo de la pequeña. Tampoco indiqué que el pan había salido de mi horno y con el sudor de mi frente, digo de mis manos, digo con mi esfuerzo. O sea sin sudor, no hay que preocuparse, que estoy en forma y soy muy higiénica. En fin, reunidos alrededor del calor de los platos y de nuestras panzas, terminamos contando las historias de los oscuros pasados de las mujeres de la mesa. Nadia y yo confesamos (des)amores pasados y, afortunadamente, pisados. O sea superados, tampoco somos tan crueles.

Luego del café y del dulce licor de los frailes de Praglia, llegó la hora del adiós. Nadia me exigió su regalo, un libro de cuentos que traduje el año pasado y que al inicio de la velada había amenazado regalarle para disfrute o tortura de Valeria. Para equilibrar las fuerzas en juego yo exigí a Sergio que me dedicara su libro, o sea mi ejemplar del libro de su autoría. Y así quedamos a la par. Se fueron y hasta ahora no volvieron, no comprendo por qué, tan bien que los traté.

Me dieron una lindísima impresión, Sergio es un papá muy dulce y juguetón con Valeria, sin que ello lo lleve a consentirla o estropearla, pues es una nena estupenda. Nadia es una mujer sensible, inteligente, valiente y fuerte, lo que no comprendo es cómo se enamoró de Sergio, pero nadie es perfecto. También Giovanni quedó gratamente impresionado, sobre todo después de que le conté más de las visitas. Le sorprendió que el famoso traductor fuera tan tranquilo y buen tipo a pesar de todo el curriculum.

Y colorín colorado...

1 comentario: