La noche
La noche con unos cuernos que se mueven a lo lejos
la noche encerrada en una caja que se vuelve noche en aquella cómoda en el rincón del cuarto
mientras que mis ojos y sobre todo el espacio entre mis ojos y mis narices se transforma a lo largo de una canaleta de dos pisos
me extraña y me causa susto el que haya aparecido un tubo de felpa que se extiende de ojo a ojo y que no me deja ver la noche sino de un modo confuso y fantasmagórico
por obra de una fuerza que ha venido quién sabe de dónde el espacio de mi sueño ha sido dividido por una pared
en este lado no es posible dormir y en el otro lado es perfectamente posible pero no obstante absolutamente imposible
la pared en realidad no es una pared sino una cosa viva que se retuerce y palpita y esta pared soy yo
con una transparencia nunca vista quem e permite mirar lo que ocurre en el otro lado de la noche
con unos espacios en que seguramente se puede dormir al abrigo de los suspiros interminables y dolidos y de los terrores que se alojan en tus huesos y que te causan mucha congoja
el otro lado de la noche es una noche sin noche, sin tierra, sin casas, sin cuartos, sin muebles, sin gente
no hay absolutamente nada en el otro lado de la noche,
es un mundo sin mundo por completo y para posesionarse de él será necesario no poder alcanzarlo
-está a la vera de tu cuerpo
y está al mismo tiempo a una distancia inimaginable de él.
La noche (fragmento), de Jaime Saenz.
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