Un día, en vez del almuerzo de siempre, te comes un jabalí enorme. Hay de todo, carne, grasa, huesos, tuétanos. Sientes el sabor de cada pedazo que te metes en la boca (no creo que lo metas en las orejas), comes chupándote los dedos. Hasta que te das cuenta de que te comiste un entero jabalí. Y que te tomará medio siglo terminar de digerirlo. Así que gozas por el placer de masticar carne verdadera y sabrosa, pero sufres porque sabes que te arrastrarás pesadamente por un buen tiempo, hasta que termines de hacer la selección, de asimilar y rechazar, según.
lunes, 28 de septiembre de 2009
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