domingo, 27 de septiembre de 2009

Retrato de grupo con rompecabezas

Apenas te haces un propósito noble, que harás realidad con una acción generosa y sin esperar alguna recompensa, la vida te pone a la prueba y te bofetea una situación peliaguda. Deberías ser noble y generoso, en cambio sientes tu ego herido y pones delante los brazos como reflejo de protección. Sólo un imprevisto te obliga a tragarte el orgullo, calmarte y pensar con la mente fría. Poco a poco logras ponerte en los paños del Otro y entender por qué te trató así. Te toma tiempo, sin embargo, hacer algo en serio, que corresponda a lo que sientes.
Entonces tú también te tomas algo de tiempo, para terminar de digerir y asimilar las cosas. Limpias tu casa y te dices que por fin, era hora, ahora sí que tienes el espacio ordenado que puede acoger mejor el trabajo de la mente, sin ponerle obstáculos cada dos por tres. Encuentras incluso, de casualidad y en un lugar obvio, un documento médico que buscabas desde hace un mes. Te duchas, te vistes, te maquillas y te vas al teatro.
Te suspendes y entras en la obra, vuelves a casa y para despejar tus nubes te arrimas al rompecabezas: falta poco, te dices, ¿y si tratara de terminarlo ahora? Y así, una pieza tras otra, vas llenando los espacios que quedaban vacíos del fondo, ese fondo casi uniforme y aparentemente tan difícil, que rodea a los enamorados de Klimt que se besan... Hasta que, casi sin darte cuenta, terminas. ¿Ya está? Sí, ya está.
Terminas también de pensar, de darle vueltas al asunto, de llorar, de lamentarte. Pensabas terminar el rompecabezas hacia el diez de octubre y en cambio está listo con dos semanas de anticipación. A lo mejor, pero no lo piensas muy fuerte por si las dudas, también otras cosas podrían terminarse antes de lo previsto. Podrías terminarlas.

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